Somos el río: crónica de un Riachuelo que quiere volver a vivir

El viernes, Acumar hará una audiencia pública para tratar la navegabilidad de un tramo de la cuenca con fines turísticos. Tiempo recorrió las aguas del que fue el mayor símbolo de contaminación del país. Las toneladas de basura que sacan por mes y las apariciones sorpresivas de una fauna que quiere regresar.

Somos el río: crónica de un Riachuelo que quiere volver a vivir

«Somos el vano río prefijado / rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado. / Todo nos dijo adiós, todo se aleja. La memoria no acuña su moneda. / Y sin embargo hay algo que se queda / y sin embargo hay algo que se queja». Cándido Aranda no conoce los versos de Borges, pero dice que puede recitar poemas de sus memorias sobre las aguas que fluyen por el Riachuelo. En la mañana clara del martes, Aranda mira desde la cabina de su grúa las barrosas aguas. Y se lanza de cabeza a sus recuerdos: «Vi de todo en este río. Imagínese que laburo en el puerto desde los 18 años. Ahora tengo 66, medio siglo pegado al río. Estaba en las areneras, soy de los pocos gruistas que quedan. Cuando el puerto estaba vivo, se vendía arena a rolete, pero dejaron de entrar barcos, y el Riachuelo pasó a ser como un cementerio. Puro casco hundido y basura. El agua era petróleo, color tumba. ¿Se acuerda del olor? Hace unos años se sacaron los cascos, fueron a desguace, y nosotros venimos limpiando». Otra vez de gruista, pero ahora sacando los desechos: «Limpiando el agua que siempre me dio de comer. Dándole vida».

Don Cándido se gana el pan laburando en la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar), el organismo público creado luego del fallo de la Corte Suprema de 2008 en la Causa Mendoza, que obligó al Estado (nacional, provincial y porteño) a avanzar en el saneamiento del río y sus afluentes. Se encarga de coordinar la política ambiental del curso de agua herido por más de 200 años de contaminación industrial, cloacal y domiciliaria. Un símbolo de basura y corrupción, y un reto titánico: tiene 64 kilómetros de extensión; 2000 kilómetros cuadrados habitados por 4,5 millones de personas. Atraviesa 14 municipios y nueve comunas de la Ciudad. La región más contaminada de la Argentina. Suena quimérico, pero no imposible. El viernes Acumar realizará una audiencia pública para debatir la navegabilidad de un tramo con fines turísticos, algo prohibido desde 2011.

Cándido extrae la basura que flota a la altura del Bosch, el puente que hermana Barracas con Avellaneda. El brazo del armatoste es una extensión del suyo. En un eterno retorno, el balde abre los dientes, muerde el agua y regresa empachado de botellas, bidones y bolsas de plástico (hasta plástico amorfo) amuchados contra una barrera flotante que les impide nadar a la deriva hasta La Boca, Dock Sud y las aguas quietas del Río de la Plata. Franco, diagramador del trabajo de limpieza, cuenta que sacan más de 300 toneladas de residuos flotantes al mes: «Tenemos 18 barreras. Con las grúas, los catamaranes y los barcos con tangones se barre el cauce hasta la Ruta 4. El cambio salta a la vista. Hace 20 años pasabas por acá y el olor te volteaba, hay un cambio en el color del agua, volvió la fauna. Esto es paso a paso, vamos bien». En las alturas, Don Cándido saluda con su brazo mecánico.

Los trabajos de limpieza de la Acumar cerca del Puente Bosch.
Foto: Mariano Martino
El gruista Cándido Aranda, medio siglo de trabajo junto al río.
Foto: Mariano Martino

Paisaje Riachuelo

La lancha avanza, sin prisa pero sin pausa, rumbo a La Boca. Pilotea con destreza el patrón a bordo Carlos Gómez, capitán graduado con honores en los canales del Delta. «Allá es distinto, más tráfico de embarcaciones. Cuando empecé acá casi no se podía navegar por la basura. Había una idea de río muerto. Me daba una bronca bárbara el abandono. Ahora se puede andar. Ojalá se abra a todos. Me gustaría que mis nietos lo puedan aprovechar en el futuro, el río y el paisaje. Mire eso patos y las garzas, están volviendo a su casa», y señala a estribor una familia plumífera que pasea a la altura de El Coloso de Avellaneda. Las aves disfrutan de una vista ejemplar del gigante descamisado forjado en hierro por el escultor Alejandro Marmo. Un poco más adelante, los humeantes carritos de choripán alimentan a los descamisados del presente. Cultura trabajadora florece en los márgenes. Paisaje justicialista.

«Pensá que el Riachuelo fue el centro de diversos procesos de crecimiento de nuestro país: económicos, sociales, culturales y políticos. Puerto natural desde la llegada de los españoles por sus aguas estables, mantuvo ese rol por siglos. Fue protagonista del modelo agroexportador y del desarrollo industrial. La boca de la Cabeza de Goliat. También el nuevo hogar y sustento de los migrantes; campo de batalla en las luchas de las organizaciones obreras, con fuerte participación de los anarquistas, y un lugar fértil para el desarrollo de la cultura y el deporte. Pero la contaminación es histórica. La primera orden de limpiarlo viene de las épocas de la Revolución de Mayo, este espacio parecía condenado al abandono. Nuestra misión es reconectar a los habitantes con el río», asume Carlos Gradin, trabajador del área de Cultura y Patrimonio de Acumar.

Gradin es licenciado en Letras y un enamorado del Riachuelo. El flechazo fue hace varios años, un domingo que se arrimó a Barracas para comer en El Puentecito, el bodegón decimonónico cerca del Viejo Puente Pueyrredón. Llegando al cauce tuvo una epifanía: «Un paisaje desconocido con puentes, orillas, verde, barracas del siglo XIX. Nadie te hablaba de ese espacio. Ahora se puede recorrer casi entero. El Camino de Sirga está abierto en su totalidad del lado de provincia y sólo restan algunos sectores del borde porteño hasta Puente Alsina. Es crear un paisaje nuevo».

Del lado norte del río se aprecian las longevas barracas donde se acopiaba mercadería for export. La Barraca Peña, estoica, sigue de pie. Data del finales del siglo XVIII y tuvo la primera conexión ferroportuaria de la Argentina. Más adelante, a la altura de la Vuelta de Rocha, se pueden cerrar los ojos y con la mente pintar un fresco digno de Quinquela Martín o de Fortunato Lacámera, la belle époque boquense. Trabajadores haciendo fila para zarpar en los botes hacia la Isla Maciel, barcos pesados navegando, los boteros apurando el cruce y pibitos corriendo cerca del trasbordador. Volvemos al presente. El viaje sigue rumbo a cuatro bocas. El Riachuelo abraza a Dock Sud, Puerto Madero y el Río de la Plata. El polo industrial del «Doque» (ahí queda Villa Inflamable, donde vivían las primeras 17 denunciantes de la causa), el verde de la isla Demarchi de la Costanera Sur, las frígidas torres de Madero, el Puente Transbordador Nicolás Avellaneda con una pata en La Boca y la otra en Maciel.

Uno de los puentes claves que unen CABA y Provincia.
Foto: Mariano Martino
El Coloso de Avellaneda.
Foto: Mariano Martino

Las casas del río

Remontando hasta Pompeya llegamos a una zona donde la vegetación le gana la partida al cemento. De repente, del lado porteño se dibuja la silueta de la Villa 21-24. No es nuevo que la vieja «ciudad de lata» sea uno de los barrios más postergados de la opulenta Buenos Aires. Los márgenes del Riachuelo dieron abrigo a los nadies, familias castigadas por la exclusión y las crisis que construyeron sus hogares junto al río derruido. 

Las soluciones habitacionales impulsadas por Acumar en la 21-24 y otros distritos ya alcanzaron las 6030 unidades, y otras 2923 se encuentran en ejecución. Aún restan 8818 unidades, según el Plan de Viviendas formulado por el organismo en 2010 para relocalizaciones. Lo que hace más complejo el asunto es que se necesita la coordinación de los tres Estados (Nación, PBA y CABA). Lo que para uno es prioridad para el otro puede no serlo. «En la 21-24 queda un tramo del camino de sirga por abrir. Pero hay mesas de trabajo con las familias. Los avances para el barrio se perciben: arbolado, complejos habitaciones, urbanización», cierra Gradin.

Volviendo rumbo al Puente Bosch, pasamos por las ruinas de un antiguo muelle. Sobre los tablones, dos tortugas de río toman sol, panchas por su casa. Sana envidia a la sabia naturaleza que todo lo vence. «

Barcos y catamaranes barren las aguas del Riachuelo.
Foto: Mariano Martino
Industrias y desechos

El principal problema histórico de la Cuenca no es la basura que puedan tirar personas particulares, sino las industrias que se acostumbraron durante décadas a verter efluentes y desechos a las aguas cada vez más espesas, sin control ni sanción. Desde 2008 el fallo de la Corte ordenó que también se apunte a ese sector. Básicamente: que se reconvierta, con ayuda y acompañamiento de los estados locales, provinciales y nacional, y sin afectar fuentes laborales. De lo contrario sí deberían ser sancionadas.

Unas 17 empresas generan el 80% de contaminación que se vuelva a las aguas del Riachuelo. Son frigoríficos, curtiembres, alimenticias y químicas, entre los principales rubros. Desde la Acumar señalan que están readecuándose y que realizaron inversiones en obras para mejorar sus procesos productivos, para que se ajusten a la normativa vigente.

“Los efluentes industriales son una de las tres principales fuentes de contaminación de la Cuenca Matanza Riachuelo, por eso, en esta gestión además de fiscalizar diariamente a las empresas, también trabajamos fuertemente en la adecuación ambiental de sus procesos, lo que implica que su desarrollo se dé a través de una producción más limpia, que contribuya al saneamiento del río”, remarcó el presidente de la Autoridad de Cuenca, Martín Sabbatella.

La ejecución y finalización de las obras, que se prevé que estén listas en 2023, tiene por objetivo «cumplir con los límites establecidos para el vertido de efluentes líquidos en los parámetros de calidad de agua establecidos en la Resolución 283/2019″, con el potencial de reducir a la mitad la carga orgánica de origen industrial vertida en la Cuenca Matanza Riachuelo. Las obras tendrán una inversión total de alrededor de 40 millones de dólares.

Las lanchas de la Acumar, listas para recorrer el Riachuelo.
Foto: Mariano Martino