La democracia pinchada

1. ¿Nos sorprenden las imágenes del ex intendente de Lomas de Zamora envuelto en el lujo propio de un nuevo rico, mientras no paran de aparecer nuevos pobres en su provincia y en el país? De los distintos sectores políticos en campaña avisan: “no somos todos iguales”. Podríamos concederlo. Pero ese no es el punto. […]

La democracia pinchada

1.

¿Nos sorprenden las imágenes del ex intendente de Lomas de Zamora envuelto en el lujo propio de un nuevo rico, mientras no paran de aparecer nuevos pobres en su provincia y en el país? De los distintos sectores políticos en campaña avisan: “no somos todos iguales”. Podríamos concederlo. Pero ese no es el punto. Las condiciones de la representación política están dadas como para que todos sean iguales. Entonces, que haya quienes meten la mano en la lata con sobriedad, quienes se dejan filmar en plena fiesta, quienes se fugan de la justicia a Uruguay con la complicidad de su partido o quienes sostienen una conducta austera y respetuosa de su función y del uso de los fondos públicos, son elegidos por la rueda de la fortuna. La distancia entre gobernantes y gobernados es tan grande que a nadie puede sorprender el uso particular de recursos públicos, el tráfico de influencias o el financiamiento de los partidos políticos a través de tajadas ganadas a contratos de asesores, legisladores, etc. La delegación, rayana de la indiferencia ciudadana, tiene como reverso la credulidad más pedestre. Un notero pregunta al pasar a un pasajero del tren Roca en 2015 a quién va a votar, éste responde -“A Scioli”, el notero pregunta -“¿Por qué?”, el elector responde –“Porque parece buen tipo”. Otro pasajero salido de la misma estación de trenes es consultado en la vereda, , pero apenas hace un par de meses –quién sabe si es el mismo–, su respuesta, esta vez, no es un apellido, sino un apodo: -“Al peluca”; ante la repregunta del notero, sus razones son confusas, dos o tres palabras pescadas con esfuerzo –quién sabe, con la caña de pescar que Milei prometió a sus votantes.

La posición del indignado, en estas condiciones, sólo cabe a un discurso del deber ser, desimplicado de las cuestiones políticas en un sentido amplio. No tenemos forma de saber si tal es buen tipo y si, en el caso de que lo fuera, es lo suficientemente capaz de ejercer su función con dignidad o incluso de librar una batalla que incline la relación de fuerzas, etc. Tampoco tenemos idea si el tal “Peluca” tiene idea de lo que habla. Nunca sabremos a ciencia cierta si una causa harto procesada por el poder judicial o un hecho omitido por unos jueces amigotes del poder de al lado responden a internas, negocios o búsqueda más o menos desafectada de “justicia”. O, digámoslo de una manera menos tremendista: son pocas las ocasiones en que tenemos forma de saber, son excepcionales los momentos en que contamos con todos los elementos sobre la mesa. Pero la mayor parte del tiempo, ni siquiera sabemos dónde está la mesa. Sólo podemos constatar que los candidatos, el que gobierna, los que gobernaron hasta hace un ratito y el que dice que viene de una galaxia inmaculada, están desesperados por hacerse con los resortes del Estado, llegar justo ahí donde el resto solo deposita fantasías, en el mejor de los casos interrogantes, en el peor, indignación.

2.

El ex magistrado italiano, Gherardo Colombo, protagonista en el proceso denominado Mani pulite (“manos limpias”), que consistió en maratones judiciales por múltiples causas de corrupción –justo, casualmente, desplegadas en los albores del Consenso de Washington–, decía que la democracia directa es imposible a gran escala, que su único momento verdadero en la historia estuvo ligado a comunidades muy pequeñas, hoy sólo imaginables como consorcios de edificios. Sin embargo, en nuestra época, nuestro mundo vuelto globo, nuestro globo vuelto un pañuelo por las nuevas tecnologías, presenta unas condiciones que desmienten el argumento de la escala. Además, los consorcios de edificio suelen reproducir distancias abismales entre las personas que generalmente se conocen por la sola mediación de sus miserias. Colombo sostiene, entonces, que “es realmente impensable que centenares de miles o millones de personas puedan, todas juntas, administrar la sociedad o desempeñar la función judicial. Es necesario en estos casos, encomendar a alguien que actúe en nombre de todos.”[1] La democracia es abordada en términos administrativos, logísticos y morales, pero hay un núcleo intensivo  que deja fuera: ¿quién o quiénes deciden?

3.

En un comedor de Ciudad Oculta, una asamblea semanal parecida a un grupo de contención protagonizado por madres en lucha contra el consumo de paco (con situaciones vitales muy dramáticas de sus hijos y familias), se convirtió en un aguantadero digno de algunas escenas del neorrealismo italiano. Dramático, cómico, reflexivo, amoroso, todo al mismo tiempo y ya no solo orientado a las madres que lo demandaron y organizaron, sino a mujeres en distintas situaciones y una chica trans del barrio. En ese contexto, una mujer boliviana de unos cincuenta años, sometida por su marido desde hacía más de veinte años, contaba que éste la obligaba a tener hijos para mantenerla en el hogar sólo dedicada a su cuidado, y que no solo la obligaba a encargarse de las tareas domésticas, sino que recurría a humillaciones diarias para afirmar su poder sobre ella. Esos encuentros semanales le sirvieron como un verdadero entrenamiento asambleario, marcado por la escucha, el cuidado y la horizontalidad en las decisiones. Un buen día, la sonrisa de la mujer no pudo esconder que algo había sucedido en su casa. Su relato fue preciso y precioso: había logrado reunir una tarde a sus siete hijos y, en ausencia del patriarca, deliberaron hasta decidir entre todos expulsar al padre de la casa. Contagiada por la dinámica de los encuentros en el comedor, seguramente buscando elementos en una rebeldía que sabemos constitutiva del animal que somos, había organizado una asamblea para democratizar la casa, no sin el atrevimiento de expulsar al tirano. ¿Se trató de una cuestión de escala?   

4.

Colombo, como decíamos, formó parte del Tribunal de Justicia que, en 1992, llevó adelante la purga política más importante en la historia de Italia (y, tal vez, de la Europa contemporánea). Ese hecho, sin dudas ponderable en los términos tradicionales de un sistema republicano representativo, es la imagen de una de las fantasías típicas del ciudadano de a pie cada vez que se habla de corrupción: “Qué alguien haga algo”. Se trata de un tipo de enunciación que explicita la distancia insalvable entre gobernantes y gobernados. Habla ciegamente desde esa lejanía, extraña mezcla de comodidad y resignación. El Mani pulite realizó el anhelo del ciudadano bienpensante para que solo dos años después Silvio Berlusconi ingresara por la puerta grande a la política italiana como Presidente del Consejo de Ministros y preparara el terreno para gobernar durante un período importante a base de más corrupción y una arbitrariedad política más parecida a la de un romano imperial que a la de un republicano bienintencionado.

El exacto reverso de la ilusión de transparencia fue la simulación como forma de gobierno. Un régimen de simulación, no de ocultamiento, sino de creación, reproducción y alteración de signos y códigos que se basó “en la proliferación de la cháchara, en la irrelevancia de la opinión y del discurso y en la banalización y en la ridiculización del pensamiento, la disidencia y la crítica.”[2] La condición de posibilidad de lo que hoy llamamos algo ligeramente “fake news”. Con la representación en crisis (o directamente agotada), la declamación moral es el último umbral antes del nihilismo.

5.

¿Toda indignación derrapa como parece ocurrir en nuestra coyuntura? Es decir, el hastío ante la impunidad de “los políticos”, el hartazgo por la “ausencia del Estado” en materia de seguridad o educación, el fastidio por el exceso de Estado en materia de impuestos… en fin, los tópicos que los medios le atribuyen a “la gente”, ¿conducen a la posibilidad de algo parecido a “un salto al vacío”, como dicen los contrincantes de Milei? Es que la propuesta de Milei nada tiene que ver con un viaje a lo desconocido, sino con un salto al pasado: el menemismo y los militares. Pero el problema de fondo sigue siendo la delegación hipócrita que caracteriza la democracia actual: cuando la cosa va bien, alabados sean nuestros gobernantes –no vaya a ser que descubramos alguna potencia en la cooperación social–, cuando la cosa va mal, los gobiernos e incluso el Estado mismo se vuelven el puching ball de la sociedad defraudada, indignada. Delegar la administración de recursos, la creación de normas y leyes, la violencia legítima y, últimamente, el ánimo no es poca cosa. Pero con el voto a Milei fuimos un poco más lejos aún, en tanto se delega la bronca. Los encuestadores y analistas políticos insisten con el “voto bronca”, mientras omiten que se trata de una forma más de delegación, que no cuestiona ni rompe “el sistema”, sino que lo ratifica con servilismo. A nadie se le puede negar una reacción; tampoco se trata de juzgar el modo que cada quien tiene de reaccionar, pero el hecho de que la política profesional exhiba su alma turbia, no significa que los embroncados la cuestionen desde un alma bella. Indignación antipolítica.

Una etimología de “dignidad” (desde la raíz dek) nos permite pensarla como aceptación radical de lo que es. En el fondo, actuamos con dignidad cuando estamos a la altura de lo que es o de lo que sucede. Por ejemplo, estar a la altura de un drama social o de una posibilidad de intervenir, de una situación ligada a nuestra memoria histórica, etc. Sólo desde ahí –siempre que “ahí” designa una posición existencial y política– la indignación tiene que ver con la potencia, antes que con el resentimiento impotente. La indignación puede ser, entonces, un señalamiento como una alerta: está en juego una determinada dignidad. La dignidad, entonces, no es una categoría moral, sino ética y política, en tanto tiene que ver con prácticas y asuntos comunes. Entonces, la indignación, como gesto negativo derivado de un presupuesto afirmativo como es la dignidad, puede traducirse como rechazo, incluso confrontación con lo que impide formas y niveles de dignidad que podríamos procurarnos. Indignación política frente a las condiciones que impiden o despotencian esa relación irreductible con lo que sucede, estar a la altura de lo que sucede. La indignación de 2001 no condujo directamente a un Macri o a un Milei, sino a un proceso político que tuvo sus virtudes en materia de reconocimientos sociales (económicos, de derechos civiles y de derechos humanos). El movimiento de “los indignados” en España también entraño mejoras para el nivel de vida de las capas populares. Incluso asumiendo deterioros, capturas o traiciones posteriores.

6.

Desvirtuados esos procesos políticos, por inercias de las estructuras partidarias tradicionales, por capturas de vitalidades de origen que se volvieron rupturas entre proceso político por abajo y política institucional, por la desimplicación ciudadana que nunca dejó de crecer… conocemos desde hace un tiempo la cara más reactiva del descontento. Neofascismos cernidos entre la inconsistencia de propuestas económicas delirantes y nuevas tecnologías que como nunca banalizan el mal. En nuestro país, el candidato de la motosierra de utilería no parece demasiado serio ni siquiera para el fascismo, su propuesta atada con alambre, la contradicción de considerar al Estado una organización criminal, al tiempo que buscarlo como el objeto más preciado, la ensalada de consignas liberales y rémoras ultraconservadoras, hacen difícil inscribirlo en alguna conspiración en curso. Pero, como sabemos, a la cúpula empresarial no le cuesta nada acoplarse a formatos de gobierno hambreadores y represivos… Algunas de las firmas más importantes y tradicionales, de las agrarias a las industriales, pasando por las financieras, formaron parte de la dictadura genocida, mientras que los recién llegados a los listados de Fortune, no esconden sus posiciones abiertamente antipopulares y sus deseos de cuanto peor mejor.     

7.

Circulan en las redes y los medios audios que descubren a la candidata libertariana Lilia Lemoine en plena recaudación ilegal de dinero para la campaña, un video de Mariano Gerván (núcleo duro de Milei) traficando información privilegiada por sumas importantes de dinero; otro audio mancha a Melconián en varios frentes y salpica a otros funcionarios de Cambiemos… Por otro lado, se investiga a Insaurralde tras las imágenes grotescas que circularon justo antes del debate presidencial. Al mismo tiempo, están quienes se preguntan de dónde surgen estos carpetazos, audios y videos. Y seguramente se responderán que no se trata de ciudadanos honestos que se autoperciben contribuyentes ejemplares y en su tiempo libre hacen inteligencia o elucubran cámaras ocultas. La ideología de la transparencia tiene como reverso inmediato una podredumbre que algunos de golpe descubren, como recién sacados del Edén. Pero a la hora de las urnas, esos espíritus despolitizados que a duras penas van a votar no suelen ponerle fichas a candidatos con trayectorias más respetables (sobre todo si son de izquierda o algo parecido).   

En la democracia de las pinchaduras, donde todo vale y donde un comentario impropio en una conversación telefónica equivale a un hecho de corrupción, una conspiración de poca monta se equipara a un modus operandi mafioso, y así; la otrora llamada “opinión pública” hace la fila de la indignación con fastidio, como si se tratara de la fila del banco… Justo cuando un Milei desbocado, agita una corrida bancaria. Al final, su antecesor y amado Domingo Cavallo confiscó ahorros y su alfil Emilio Ocampo insinúa un nuevo plan Bónex… si se trata de un “salto al vacío” es por el vacío de ideas, porque en el fondo se trata de un salto al pasado. Los indignados de hoy votan al desquiciado que mira un futuro escabroso por el espejo retrovisor.

8.

La democracia no es una máquina procedimental, como la economía no se reduce a la dimensión técnica; por lo tanto, en política no se trata solo de procedimientos, sino de poder… Y si pensamos desde más acá del Palacio, democracia significa existencia de formas efectivas de contrapoder. No es, precisamente, lo que representa el candidato que vibra con la desazón y la incertidumbre de los que peor están; su supuesta crítica del Estado no está acompañada de un nuevo imaginario de la decisión colectiva. Es el candidato de la delegación de la bronca, de lo último que a veces nos queda. Por eso se trata de una bronca infértil, sobrecodificada, donde nada interesante puede germinar.

9. Que los fondos públicos son sagrados, algunos lo sostenemos. Pero que en base a esa convicción descansemos en una posición abstracta del deber ser, no hace sino disminuir las posibilidades materiales de hacer política con esa fe en un mundo desacralizado. Que el comportamiento de las personas en una sociedad deba ser transparente como si no se forjara en tramas siempre parciales y contradictorias, no solo no es posible, sino que tampoco parece deseable. Que la corrupción no es un problema fundamentalmente moral no significa que no importen las conductas, sino que es un asunto político, de mecanismos de participación popular en las decisiones sobre los asuntos comunes. Que la vida colectiva a escala entraña dificultades organizativas y complejidades antropológicas pasadas por varios niveles de mediación, no es una excusa para la burocratización de ayer ni para el control tecnológico de hoy. Que, como dice un ex ministro, algo bloguero y periodista, “en Argentina todo termina invariablemente mal” no es un aliciente para entregarse al autoritarismo de mercado, sino un desafío a la imaginación política, a la invención de días felices, no por evitar el fracaso, sino –contra toda estúpida meritocracia o arrogante prédica de éxito–, por estar a la altura de una felicidad propia. 

El autor es ensayista, docente e investigador (UNPAZ, UNA), codirector de Red Editorial, integrante del Instituto de Estudios y Formación de la CTA A y del IPyPP, autor de Nuevas instituciones (del común), entre otros, coautor de El anarca (filosofía y política en Max Stirner), La inteligencia artificial no piensa, Del contrapoder a la complejidad, Si quieren venir que vengan. Malvinas: genealogía, guerra, izquierdas, Renta básica. Nuevos posibles del común, entre otros. Integra el Grupo de Estudio de Problema Sociales y Filosóficos en el IIGG-UBA.


[1] Gherardo Colombo, Democracia; ed. Adriana Hidalgo, 2012, Buenos Aires. No obstante esa aseveración, en otra parte del libro se refiere a las virtudes de Internet para la vida democrática y pone como ejemplo de implementación en términos de reforma constitucional el caso de Islandia…

[2] Franco Berardi, “La forma neobarroca del poder” en Franco Berardi, Marco Jacquemet, Giancarlo Vitali, Telestreet. Máquina imaginativa no homologada; Ediciones de intervención cultural/ El Viejo Topo, 2004, España.