Los dedos en «V» de una Intercontinental entre exiliados

Heber Mastrángelo, recientemente fallecido, festejó con manifestantes opositores al régimen de Videla la primera Copa del Mundo ganada por Boca, en Alemania en agosto de 1978, de la que este martes se cumplieron 45 años.

Los dedos en «V» de una Intercontinental entre exiliados

Ernesto Enrique Mastrángelo escucha al periodista colombiano Andrés Salcedo, de la TransTel de Alemania. Le dice que el público de Karlsruhe comenzó apoyando a Borussia Mönchengladbach pero que terminó a favor de Boca. Detrás, aparecen dedos que dibujan la “V”. “¡Argentina, Argentina!”. Es el 1 de agosto de 1978. Boca acaba de salir campeón de la Copa Intercontinental 1977 en el Wildparkstadion ante casi 38 mil alemanes. El Heber Mastrángelo saluda con un apretón de manos a Salcedo, le sonríe a la cámara y ahora es él, el wing derecho que marcó el segundo gol en el 3-0 ante Borussia, el que festeja con los dedos en “V”.

No es sólo por la victoria.

La Intercontinental que Boca gana en Karlsruhe (el 21 de marzo, en la ida, habían empatado 2-2 en La Bombonera) sucede 37 días después del título de la selección en el Mundial de Argentina 1978, quizás el pico máximo de aceptación de la dictadura militar. Desde Argentina había viajado un grupo de hinchas, encabezados por Enrique Ocampo, Quique el Carnicero, líder de la barra brava de Boca. Lo que se desconocía hasta la muerte de Mastrángelo -el 22 de julio pasado, a los 75 años- y el aniversario 45 de la Copa Intercontinental, el martes, es que Boca fue apoyado por un grupo de exiliados de la dictadura, que mataba y desaparecía. Y no sólo de argentinos, sino también del resto de Latinoamérica. A 15 kilómetros de la frontera francesa, Karlsruhe recibió a exiliados que vivían en Alemania y Francia.

“Amnistía Internacional, sindicatos y gremios, movimientos universitarios, iglesias protestantes y católicas, hicieron una campaña para que el gobierno alemán les concediera asilo político a 500 argentinos entre 1977 y 1978. Poco a poco fueron llegando”, dice el investigador Esteban Cuya, peruano, exiliado, durante cuatro décadas activista del Centro de Derechos Humanos de Núremberg y de la Coalición Contra la Impunidad. “Había exiliados en el estadio. El movimiento de resistencia argentina viajaba por toda Europa. Había una red latinoamericana numerosa y muy solidaria de perseguidos políticos de las dictaduras de Chile, Paraguay y Brasil. Una de las más importantes estaba en París, a 500 kilómetros de Karlsruhe. Había mucho interés en denunciar los crímenes, y mucha creatividad”. El 26 de agosto de 1978, 25 días después de la final, Jorge Rafael Videla acudió a la pontificación de Juan Pablo I en la plaza San Pedro de Roma. En las calles de la ciudad habían aparecido pintadas: “Videla mata y el Papa se ríe”. Exiliados con apoyo local lanzaron globos coloridos gigantes con inscripciones durante la misa de Juan Pablo I. Uno, relatan las crónicas, le cayó sobre las narices al dictador. (Le) decía: “Fuera Videla”.

Jorge “El Ruso” Ribolzi, suplente en el Wildparkstadion pero autor del segundo gol en el 2-2 en La Bombonera -el primero, un golazo del Heber-, recuerda a Quique el Carnicero y al Alemán junto a Alberto J. Armando, presidente de Boca, y a “cuatro o cinco muchachos, no más”. “El día del partido entré en la cancha solo, me ubiqué entre los pocos hinchas de Boca que habían viajado, muchos de los cuales después terminaron en la barra, como ‘el Abuelo’ (José Barrita)”, corrobora Guillermo Coppola, amigo de los futbolistas, en Guillote, su autobiografía. Si Boca llevó entre 10 y 15 mil hinchas a Tokio, Japón, cuando ganó su segunda y su tercera Intercontinental (2-1 a Real Madrid en 2000 y 1-1 y por penales a Milan en 2003), a Karlsruhe no habían viajado desde Argentina más de los que citan Ribolzi y Coppola.

Pero, de pronto, el Ruso recuerda: “Habíamos recibido argentinos en el hotel, gente que se había exiliado. Debían estar mezclados. Antes, en el 78, habíamos ido a México a jugar contra el América la Copa Interamericana y vinieron muchos argentinos, hinchas de Boca y del fútbol, pero exiliados. Durante el 76, 77 y 78 fuimos a muchos países y siempre había gente”. Francisco “Pancho” Sá, que había ganado la Intercontinental con Independiente en 1973, fue también suplente en Karlsruhe. “Había poca gente argentina, sí -dice Sá-. No había miles, como van ahora. En México nos hablaron y nos contaron algunas cosas. Era el año del Mundial. Nosotros éramos ajenos a todo lo que pasaba, jugadores de fútbol. En aquel tiempo no había la amplitud de información que hay hoy cuando abrís tu celular, la compu, y ves lo que pasa en el mundo entero. Todavía hoy me mandan fotos inéditas del partido para mi galería de recuerdos”. Ni Ribolzi ni Sá habían visto el video del Heber y su “V”. Boca era el equipo de los exiliados, parte de la Argentina en el desarraigo.

En la crónica de El Gráfico (la final no fue transmitida por TV, sólo se escuchó a través del relato radial de José María Muñoz), Héctor Vega Onesime, enviado a Alemania, escribe que vio en el Park Hotel de Karlsruhe a los jugadores “entregarse dócilmente al minúsculo grupo de argentinos que compartieron (y apuntalaron con su aliento) el triunfo”. Y que en el Wildparkstadion, tras el 3-0 de Carlos Salinas a los 37 minutos del primer tiempo, “hasta el pequeño grupo que en la tribuna se identificó como del Borussia grita: ‘¡Boca! ¡Boca!’”. Si Muñoz era el relator del poder de turno (de la dictadura), El Gráfico (Editorial Atlántida) era la revista deportiva. Días antes, durante el Mundial de Argentina 78, había publicado una carta apócrifa del holandés Ruud Krol en la que decía que “un batallón de soldaditos” lo cuidaban y que “de sus fusiles disparan flores”, porque “Argentina es tierra de amor”. Los exiliados argentinos no pudieron con la censura en Karlsruhe. Pero sí al año siguiente, el 22 de mayo de 1979, en el amistoso Argentina-Holanda en Berna, Suiza: un grupo armó una pancarta (“Videla asesino”) detrás de uno de los arcos. En Argentina, ATC, la televisión pública, intentó tapar la pancarta sin mucho éxito con el anuncio de un programa (“Hoy, 22 hs, Les Luthiers”). En Berna, la policía suiza reprimió con gases lacrimógenos a los exiliados. ¿Acaso la manifestación más política de la Intercontinental que Boca le ganó a Borussia en Karlsruhe haya sido el grupo de exiliados que alentó a Heber Mastrángelo (y sus dedos en “V”, símbolo también del peronismo)?

Juan Carlos Lorenzo -el Toto- había envíado a Alemania a un espía un mes antes de la final para que se “infilitrara” en las prácticas de Borussia. El preparador físico Claudio von Foerster, que hablaba alemán, se camufló como periodista. Lorenzo repitió en la vuelta a sólo cuatro titulares en la ida. “Estudié este equipo mientras ustedes dormían”, les respondió a los que les fueron a preguntar por qué no jugaban. Lorenzo necesitaba un equipo de veloces. “Salimos aplaudidos del estadio -recordó años más tarde el Toto-. Lo bonito de eso fue que el público reconoció el triunfo de Boca, nos coreó, nos hizo la venia a todos. Hasta los jugadores alemanes nos felicitaron. Fue una fiesta”. ¿Pero Mastrángelo era peronista? “No era un tipo que demostrara el tema político -dice el Ruso Ribolzi-. Tal vez se haya plegado a los muchachos argentinos exiliados. Lo que sí, el Heber era un tipo muy alegre, divertido, de buena predisposición”.

Mastrángelo nació en Junín, el 5 de julio de 1948, pero a los diez días ya estaba en Rufino, Santa Fe (Rufino es el pueblo de Bernabé Ferreyra y Amadeo Carrizo, y de Antonio Báez, un crack olvidado). A los 15 había llegado a Buenos Aires para jugar en Atlanta. Vivía en una pensión. Aprendió a planchar. Trabajaba doblando frazadas en una fábrica de San Martín, a la que iba corriendo para entrenarse. De Atlanta (1968-71) pasó a River (72-74), y luego a Unión de Santa Fe en 1975, donde se encontró con Lorenzo. Terminaron cuartos en el Metropolitano. “Éramos un equipo imbatible, pero ese año tenía que salir campeón River. Y nosotros teníamos la camiseta de Unión. Llegábamos a Buenos Aires y nos cobraban un penal. Salíamos por el túnel, y otro penal”. El Heber -sus padres quisieron llamarlo así y no se lo permitieron en el registro civil- repentizaba cuando hablaba tanto o más que cuando picaba, cortaba con diagonales y definía con frialdad de 9 intuitivo, puesto original hasta que un día faltó el wing en Atlanta.

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