Martín Kohan: «Riquelme marcó una diferencia ideológica en cuanto a qué es conducir un club»

En el domingo en que La Bombonera se reunirá para homenajear al mayor ídolo de Boca, uno de los autores más futboleros del país define al exnúmero 10 y actual dirigente: "La omnisciencia de Román no es sólo la del campo de juego".

Martín Kohan: «Riquelme marcó una diferencia ideológica en cuanto a qué es conducir un club»

Martín Kohan sabe que el diploma de doctor en Letras está en su casa de Palermo, pero no a dónde. En cambio, el de embajador literario de Boca –otorgado por el club– va a ser un cuadrito. Escritor, docente de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, habitué en el sector A de la platea media, Kohan precisa que estuvo en La Bombonera el 10 de noviembre de 1996, el día que debutó Juan Román Riquelme, ante Unión, el primero de los 206 partidos que lo convierten en el futbolista con más en esa cancha que sería –y es– el jardín de su casa.

A los 56 años, tras haber publicado cuentos, ensayos y novelas, Kohan sacará en agosto Desde La Boca, cuyo asunto, dice, es «una caracterización de cómo somos los hinchas de Boca, en qué consiste la condición del hincha de Boca». Con el partido homenaje de fondo –hoy desde las 16 en La Bombonera (TV Pública), con invitados que van de Carlos Bianchi a Lionel Messi–, Kohan habla de Riquelme, el ídolo más grande.

–¿Qué te pasó cuando te cruzaste una vez con Riquelme?

–Estábamos en un bar en Palermo, en Malabia y El Salvador, y, raramente, Riquelme estaba sentado hablando con otra persona sin interferencias, sin molestias; no había gente rodeándolo. Y eso mismo me hizo sentir inhibido. Primero porque era Riquelme. Pero además de interrumpirlo, incordiarlo. Al mismo tiempo, a golpe de idolatría pura, tampoco me podía desentender. Era Riquelme el que estaba ahí, y entonces quedé en una suspensión intermedia, que no consistía ni en abordarlo ni en irme. Quedé contemplando, que puede ser la relación más genuina con un ídolo. Me quedé así. Sólo que no se espera que el ídolo vea también al adorador. Y en un momento, claro, él hablando con alguien y un tipo parado mirándote, da un involuntario efecto psicópata, que me miró, me apuntó con el mentón, como diciendo «vení o andate, pero no te quedés mirándome así». Pasaron muchos años de mi infancia, soy otro, todo se ha visto transformado, sabemos que ninguna de nuestras células son las mismas, y al mismo tiempo hay un resto de permanencia: mi reacción ante un futbolista de Boca como Riquelme no es distinta a la que podía tener a los nueve años, cuando mi papá me llevaba a la cancha y después accedía a quedarse una hora más después del partido e íbamos abajo, a la puerta del vestuario, a ver pasar a los futbolistas. Las células que en la infancia se estremecían porque estaba cerca de Gatti permanecen intactas. Me sentí igual con Riquelme.

–¿Por qué para ver a Riquelme, «un narrador omnisciente» de «comprensión completa del juego», había que ir a la cancha?

–Algo que ahora ocurre mucho en el fútbol, en demasía, es pasar la pelota para atrás. Asegurar la salida limpia y si no hay, pasarla para atrás. Han olvidado la potestad de meter un pase hacia adelante o encarar. Pero cuando mirabas a Riquelme, si recibía y pasaba la pelota hacia atrás, podías tener la más absoluta certeza de que no había alternativa de pase adelante. Si lo estabas viendo por televisión, sólo veías el segmento de su intervención, no el campo de juego entero. Pero tratándose de Riquelme podías tener la certeza de que no había otro pase que ese que estaba haciendo, porque no hubo nunca una alternativa de que un jugador picara, se mostrara, tirara una diagonal, y no lo viera. Imposible. Porque lo vio todo. Riquelme no podía hacerlo todo, apilar ocho rivales, pero podía verlo todo, incluso lo que tenía atrás. Y se amplificó cuando tuvo un entredicho, cuando le contestó con un gesto a un pibe de los palcos en un festejo de gol: no sólo ve todo el campo, ve todo el estadio. Ahí dije: «Claro, la omnisciencia de Riquelme no es sólo la del campo de juego». ¿Alguna vez Clemente Rodríguez le pasó por atrás, por izquierda, y él no lo vio? No puede ser. ¿Se abrió una brecha para que Palermo pique como en el gol a Real Madrid en el partido más importante en la historia de Boca y él no la vio, no le puso el pase en ese resquicio a un jugador que no era liviano para picar en velocidad? No puedo pensarlo. Por otro lado, Riquelme tenía un manejo de la temporalidad, de los tiempos. El tiempo transcurre más allá de uno. Lo querés acelerar, no podés; lo querés ralentizar, no podés. Pero Riquelme, en el juego y en sus actitudes en la cancha, lo hacía, como antes de los tiros libres y los córners. No sólo acomodaba la pelota, la volvía a acomodar, advertía que la barrera se adelantaba, le indicaba los movimientos a los compañeros, sino que empezaba con los policías y los fotógrafos. «Vos, correme este bolso». Era un momento en que todo se detenía hasta que acomodara la escena, como si el tiempo se hubiese detenido. Había una suspensión en la cronología, y cuando pateaba, el paso del tiempo se reanudaba.

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