Mejor no presentarse si no se puede garantizar una fiscalización digna

El fatigoso calendario electoral 2023 llega a su fin este domingo, dejando como huella un causante generalizado de una ciudadanía que ve tantas elecciones como un negocio de los políticos. Es parte de la causa de un enojo que ha empinado a uno de los candidatos. Final abierto, futuro incierto.

Mejor no presentarse si no se puede garantizar una fiscalización digna

Por José Angel Di Mauro

Cuarenta años de democracia. Número redondo, el mayor tiempo ininterrumpido sin golpes militares en la aún joven historia argentina, merecía una conmemoración especial. Eso no sucedió.

Pareciera que la clase política interpretó que la mejor manera de homenajear semejante logro fuera llenar el año de elecciones. En efecto, 17 provincias desdoblaron la elección de sus autoridades con relación a las elecciones nacionales. Un ejemplo de autonomía que en realidad representó en general la intención de desenganchar esas elecciones de la suerte de un gobierno nacional con imagen por el piso. Consecuencia: enorme fatiga de parte de un electorado sometido a un sinfín de elecciones a lo largo de todo el año: desde el 12 de febrero, en que se realizaron las internas abiertas obligatorias y simultáneas en La Pampa, hasta el balotaje presidencial de este 19 de noviembre.

No es que la gente haya ido a votar 17 veces, pero asistió ajena a un festival electoral que lejos estuvo de despertarle interés. Lo vio siempre como un tema de los políticos.

La celebración de los 40 años de democracia merecía un mejor marco y no en cambio un malhumor general producto de una crisis recurrente: inflación galopante, impuestos altos, falta de crédito, alquileres por las nubes… El gobierno se regodea de que el empleo no ha sido afectado. Pero fue la propia vicepresidenta la que hizo hincapié hace tiempo en el dato inédito de ciudadanos pobres a pesar de tener empleo formal. Podría decirse que la inflación es la madre de todos los problemas, pero esa es en realidad la consecuencia: mejor buscar la causa.

De ahí la búsqueda de soluciones “rápidas” -¿o debiéramos decir “mágicas”?-. En el transcurso de esta larguísima campaña en la que la economía debió ser el tema central, la cuestión fue soslayada y la única certeza ciudadana fue que los protagonistas electorales no tenían respuestas a sus problemas. Por eso el candidato más bisoño canalizó inquietudes a fuerza de consignas, sin mayores precisiones. La gente común no entiende cómo es eso de dolarizar, pero sí sabe lo que es el dólar y le encantaría cobrar su salario en esa moneda. A esa alternativa soñada no hay manera de tumbarla con explicaciones confusas, por más reales que sean. Fin de la discusión.

Semejante grado de incertidumbre e insatisfacción emparentó la hora actual con sensaciones de fines de 2001, crisis terminal caracterizada por el cántico “que se vayan todos”; melodía que acompañó los actos de campaña de uno de los protagonistas de la elección de este domingo.

El voto bronca de entonces pudo ser canalizado por ese candidato que dio la nota en las PASO, mas no conformó las expectativas en las generales, donde la colaboración oficialista en el control de sus boletas ya no fue la misma de agosto, y terminó incluso sacando algunos votos menos. No obstante lo cual, clasificó para la segunda vuelta, desplazando al espacio favorito hasta hace apenas unos meses, para beneplácito del candidato oficialista, cuyo objetivo hasta hace un breve tiempo era simplemente participar del balotaje pensando en convertirse el 19 de noviembre en líder de la oposición frente a un gobierno que debería lidiar con problemas insolubles. 2027 sería su turno.

Así lo transmitían sus propios laderos, para maquillar tal vez las expectativas reales fundadas en la convicción de que el candidato surgido de los medios y las redes sociales para terciar en la discusión y fundamentalmente romper la oposición, se desinflaría en ese caso ante la maquinaria electoral peronista -y en el poder- puesta en marcha finalmente con aspiraciones concretas de triunfo.

El acuerdo de Milei y Macri/Bullrich, clave para las aspiraciones mileístas.

Ese objetivo quedó expuesto en los días posteriores a las elecciones generales en las que Sergio Massa dio la nota saltando del tercero al primer lugar, sacándole una impensada diferencia al ganador de agosto. El mareo le duró cuatro o cinco días al candidato libertario, en cuyo rescate salió presuroso Mauricio Macri, que elaboró rápido el duelo por la fallida candidatura de su otrora ministra de Seguridad y puso en marcha el plan B -que para muchos malpensados de hasta su propio palo fue en realidad siempre plan A-, reflotando la candidatura del León, que llega a este domingo definitivo cabeza a cabeza con el ministro de Economía de los tres dígitos.

Superadas las PASO, se dijo que la única con posibilidades ciertas de ganarle a Milei una segunda vuelta era Patricia Bullrich, aunque no con total seguridad. Milei era favorito en cambio para el caso de tener que enfrentar a Sergio Massa, por una mera cuestión aritmética: sumaría con naturalidad los votos de Juntos por el Cambio.

El efecto triunfal de la remontada de octubre fue tal para el candidato de UP, que ese vaticinio quedó opacado. Pero es innegable que el apoyo anunciado por el Pro más puro y duro ha sido un bálsamo para el líder libertario, al punto tal de ponerlo como el favorito en las encuestas. Las dudas que abonan la incertidumbre radican en el error estadístico, capaz de justificar el eventual pifie de la mayoría de las encuestadoras.

Los más experimentados sugieren en cambio que el principal riesgo del candidato más novel radica en la fiscalización. Es la certeza que acompaña a los líderes del PRO, especialmente interesados en levantarle la mano este domingo a Javier Milei. De ahí que Macri y Bullrich hayan insistido tanto estos días con el tema. No es un dato menor: hacen falta más de 104 mil fiscales para atender todas las mesas, más un coordinador general a cargo de cada centro de votación. Es una cifra que no tiene La Libertad Avanza, que tanto en las PASO, como en las generales contó con el favor del propio oficialismo (más exigente en agosto, menos en octubre). Fuera de circulación el enemigo a vencer (Juntos por el Cambio), de no existir la colaboración activa del Pro, podría hablarse de partido liquidado.

Porque en 40 años de democracia no se ha verificado fraude en el sistema electoral argentino; esa es una realidad que hasta sus ahora socios del Pro se encargaron de admitir ante las denuncias de La Libertad Avanza que enrarecieron el clima de los últimos días de campaña. Tan es así que cinco de los ocho recambios presidenciales desde el 83 fueron ganados por la oposición al gobierno de turno. Lo que sí hay es necesidad (léase obligación) de fiscalizar. Porque si la fuerza que aspira a imponerse no tiene fiscales para todas las mesas, no puede ilusionarse jamás con ganar una elección. Hasta el propio Javier Milei lo ha llegado a admitir en público. Por eso ha dicho sobre el cierre de campaña: “Los votos están, si los cuidamos, ganamos la elección”.

Es en esas circunstancias que en el PRO se sorprendieron por el minoritario espacio que le concedieron desde LLA para fiscalizar este domingo. La relación es 70-30, dicen macristas preocupados. Semejante actitud -que puede conspirar con el éxito para este domingo- estaría justificada en los celos que embargan a dirigentes de La Libertad Avanza ante la llegada de quienes ellos recuerdan haber derrotado recientemente. Un candidato que salió segundo en un importante municipio del norte del conurbano, pero por delante del candidato de JxC en las dos elecciones, se quejaba de que su vencido apareció por estos días para ocuparse de fiscalizar, mientras ofrecía a su vez cargos nacionales, gastando a cuenta.

Desde el macrismo dan otra versión, que vinculan a la floja performance del candidato libertario en el debate del domingo pasado. “Por momentos daría la impresión de que estuvieran hechos y no quisieran ganar”, deslizaron en el más estricto off.

Fiscalizar tampoco es barato. Cada encargado de esa tarea percibirá este domingo entre 15 y 20 mil pesos, como barato. El pago es al contado -dicen que parte de la presión sobre las cuevas la última semana fue para evitar el cambio de dólares por pesos para financiar el operativo de fiscalización- y hay que tomar recaudos para garantizar dos cosas: que quien recibe los fondos correspondientes el sábado se encargue luego de distribuirlos; y que quienes lo perciben no se “enfermen” después de las 17.

Cuentan fiscales que trabajaron el 22 de octubre en un distrito del Conurbano donde el oficialismo es imbatible, que la desproporción de recursos es notoria. “Nuestros fiscales comían sus sandwichs en una misma mesa, mientras para los oficialistas preparaban un gran asado”, ejemplificó.

En este contexto la gobernabilidad que vaya a tener el ganador de este domingo no es un dato menor. Queda claro que el oficialismo actual cuenta con el antecedente de haber gobernado cuatro años con resultados tan malos que obligaron a marginar al Presidente varios meses antes de concluir su mandato y despojándolo de intentar la reelección, sin haber tenido siquiera un paro general. Está claro que ese es el fantasma que agitan de cara a la posibilidad de que gane “el cambio”: con otro color político gobernando, la conflictividad será moneda corriente.

A pesar de que mandó a callar a la mayoría de sus dirigentes, dejando la comunicación a cargo de un puñado de voceros, flaco favor le hizo a Milei en la semana su aliado Ricardo Bussi, que anticipó que ante la reacción que se vendrá ante el ajuste inexorable que anticipó, “el Estado tiene que prevenir y reprimir. ¿Sino para qué está el Estado?”.