Una revisión del primer mes del Malón de la Paz en Buenos Aires

A mediados de junio, a través de las redes sociales y la televisión, empecé a ver lo que estaba ocurriendo en Jujuy: la huelga docente en reclamo por aumentos de sueldo (el básico vergonzoso de 35 mil pesos) a la que pronto también se sumaron gremios, comunidades indígenas, mineros, estudiantes y gauchos cuando la noticia […]

Una revisión del primer mes del Malón de la Paz en Buenos Aires

A mediados de junio, a través de las redes sociales y la televisión, empecé a ver lo que estaba ocurriendo en Jujuy: la huelga docente en reclamo por aumentos de sueldo (el básico vergonzoso de 35 mil pesos) a la que pronto también se sumaron gremios, comunidades indígenas, mineros, estudiantes y gauchos cuando la noticia de la reforma exprés de la Constitución empezó a correr.

En esos días, también me enteré que una colega, Susi Maresca, gran fotógrafa y militante social, estaba allá, y casi al mismo tiempo que empezaron las represiones, las torturas y las multas por sumas irrisorias a quienes participaron de la marcha, empecé a mirar sus posteos. Las imágenes eran impactantes: las místicas calles jujeñas que tanto me habían enamorado cuando las conocí por primera vez a los 18 años, ahora se teñían de caos y de violencia. Se me cruzó la idea de cubrir lo que estaba pasando, pero me dio miedo ir. 

A mediados de julio, este diario, Tiempo Argentino publicó una nota que me impresionó: Camila Muller, docente y artista jujeña, había sido torturada en su casa por participar de la manifestación. “No viví la dictadura, pero creí que me chupaban”, denunciaba. Ese artículo me hizo terminar de entender que lo que se estaba viviendo en Jujuy era realmente una dictadura.

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