Derechización del progresismo y mercantilización de la política

Hace algunos años, en un encuentro organizado por ATE titulado “Repensando el Estado en el Siglo XXI”, nos preguntábamos por el desgaste de las instituciones, la incredulidad de una parte creciente de la sociedad en la política y los desafíos que nuestras condiciones nos plantean. Con tono de homenaje al historiador argentino Ignacio Lewkowicz recordábamos […]

Derechización del progresismo y mercantilización de la política

Hace algunos años, en un encuentro organizado por ATE titulado “Repensando el Estado en el Siglo XXI”, nos preguntábamos por el desgaste de las instituciones, la incredulidad de una parte creciente de la sociedad en la política y los desafíos que nuestras condiciones nos plantean. Con tono de homenaje al historiador argentino Ignacio Lewkowicz recordábamos su planteo acerca de la pérdida de capacidad del Estado para producir sentido, su advertencia sobre el agotamiento de la figura del ciudadano como sujeto que, habiendo emergido de las mismas condiciones que hicieron posible al Estado moderno, resultó clave para la reproducción de ese mismo Estado a través de sus instituciones. En ese sentido, el historiador Pablo Hupert (que formó parte del espacio de pensamiento de Lewkowicz, con quien incluso publicó un libro), investigó lo que él mismo llamó “Estado posnacional”, particularmente, el Estado argentino posterior a la irrupción de 2001. Un Estado que, a diferencia del Estado moderno clásico, capaz de formar el suelo común de la subjetividad a través de sus propios mecanismos e instituciones, ahora debe publicitarse… Pero, claro, siempre fueron los gobiernos o los proyectos políticos los que se abocaron a la propaganda de ideas y propuestas, mientras que el Estado aparecía como un dato evidente. Hupert describió muy bien a un Estado negociador, ya no entre el capital y el trabajo, sino entre necesidades territorializadas, muy puntualmente localizadas y recursos asumidos siempre como escasos. Así, el reverso de lo que podemos valorar como un Estado más presente (el del 2003 en adelante, comparado con el de los 90), es su fragmentación, su reconocimiento en los hechos de la imposibilidad de restitución del Estado de Bienestar[1] y, últimamente, su declarada impotencia para alterar relaciones de fuerza adversas al campo popular.

Entonces, el ciudadano ya no es en la práctica el pilar de las sociedades contemporáneas, más allá de los discursos nostálgicos o del siempre torpe y hasta reaccionario punto de vista del “deber ser”. Lewkowicz anunciaba la llegada definitiva del consumidor, no como un exacto reemplazo, sino como una tendencia que acompañaba la transformación social y política en curso. ¿Pero no veníamos acaso de la tan criticada “sociedad del consumo”? De diversas maneras el siglo XX fue pensado y retratado como un período en que el salto productivo del capitalismo transformó al consumo de bienes y servicios en una experiencia cada vez más importante en la vida de las personas y las familias. Por ejemplo, en la película Mi tío (1958) del gran director cómico Jacques Tati, el protagonista (que no es otro que el propio Tati) Monsieur Hulot visita a su sobrino (hijo de su hermana), cuya familia es una caricatura de estilo de vida consumista. La casa revestida de artefactos que supuestamente volverían más confortable la vida, pero lentamente pone la vida al servicio de la tecnología doméstica, deja ver la relación de exterioridad con el consumo que aun entonces era posible advertir. La comicidad de la película expresa una torpeza propia del encuentro entre dos vectores heterogéneos: por un lado, el ciudadano, sujeto de derechos cuya vida alienada por el trabajo y la cultura del capitalismo tensa esos derechos y, por otro, el consumo que progresivamente se vuelve una atracción en sí misma y ya no el consumo de esto o aquello. En cambio, cuando hace veinte años Lewkowicz anunciaba el pasaje del ciudadano al consumidor, pensaba en el consumo como una matriz de comportamiento, como una forma de estar en el mundo y relacionarse incluso con el Estado y con los derechos (comenzando por nuestra reforma constitucional de 1994, que por primera vez incluía los derechos del consumidor). En ese sentido, decíamos en aquel encuentro de ATE que pasamos de un ciudadano que consume a un consumidor con derechos. Hoy día podemos incorporar a esa figura la del “empresario de sí mismo”, el emprendedor, el “capital humano”, etc.

En un contexto en que el Frente de Todos, incapaz de movilizar a un campo popular heterogéneo y en crisis, se repliega en la lógica ya conocida y gastada del PJ, es decir, en la rosca como callejón sin salida de la política, desde hace aproximadamente un mes circulan videos breves y propaganda gráfica en periódicos de la campaña titulada “Derecho al futuro”, del gobierno de la provincia de Buenos Aires. Entre esos derechos segmentados de la campaña, ofrecidos como respuesta a algún focus group, llama la atención el “Derecho a la protección”. Los planos, la musicalización y los enunciados no se distinguen de lo que cualquier gobierno de la derecha más rancia propondría. Pero quizás sea un error juzgar solo ideológicamente una pieza de propaganda gubernamental como ésta, ya que parece más bien dirigirse a un segmento de consumo. Sin embargo, no es tan sencillo. En parte, se trata de una estrategia consonante con la propia creación del Frente de Todos, que incluyó a sectores de la derecha para ampliar su base electoral; pero en el fondo se trata de una forma más de renuncia a la política como forma de elaboración de problemas centrales de la vida colectiva. Este tipo de piezas no son meros instrumentos de una estrategia de comunicación política, sino que alimentan tanto la mirada publicitaria mercantilizada de la política, como el reduccionismo que hace del conflicto social y del cuidado colectivo un asunto policial.

Kicillof no llegó al gobierno de la provincia proponiendo “más seguridad”, ¿por qué ahora ese sería un planteo eficaz? Su ministro de seguridad, Sergio Berni, es responsable de varios hechos de represión contra trabajadores organizados, sectores populares en busca de tierra para vivir y jóvenes de ranchadas del conurbano, con casos como la desaparición forzada seguida de muerte de Facundo Astudillo Castro. Por si quedaban dudas del posicionamiento del ministro de seguridad de Kicillof, respaldado fuertemente por Cristina Fernández, Berni no dudó en complementar su desempeño con propaganda gráfica y audiovisual donde se insiste en un anudamiento problemático para nuestra historia: “libertad”, “seguridad” y “propiedad privada”. Es otro ejemplo de cuán lejos puede llegar el posibilismo, mientras referentes y militantes complacientes pretenden seguir dándonos lecciones de política, estrategia o viveza criolla. Nunca estuvo más lejos el peronismo de la pillería popular, del reflejo “antiyuta” que surge de la poca lucidez que nos queda cuando estamos en la lona.

Aun asumiendo que el Estado y, por lo tanto, un gobierno que se hace cargo de sus resortes, ya no puede gran cosa, ¿no es el gobierno de la provincia de Buenos Aires un lugar importante, potente, para asumir el problema del conflicto callejero, el robo, la violencia física y todo hecho y matiz que suele aplastarse bajo el significante “inseguridad”, para disputar su sentido y propiciar experiencias a la altura de la complejidad en juego? Como compartimos en otros artículos, en libros y discusiones públicas, hay trabajos y experiencias interesantes que desplazan el problema de la seguridad hacia el cuidado como asunto común. Y sin la necesidad de fingir candidez, no hay posibilidad de problematizar el conflicto (doméstico y social) y el cuidado si no se interpela la institución policial en su conjunto, tanto desde el punto de vista de su necesaria democratización, como desde la necesidad de un cambio de matriz subjetiva y sensible. Es difícil avizorar una deriva más vivible cuando la única salida realista (valga ahora sí una cuota de realismo político) es a contrapelo: ante la creciente del imaginario securitario en la sociedad, se trata de imaginar otros modos de procesar la inevitable violencia, tanto en la dirección de una policía desmilitarizada y atravesada por una fuerte formación e impronta humanistas, como de nuevas instituciones legitimadas en prácticas e idearios concomitantes con nuestra tradición en Derechos Humanos.

De modo que es necesario plantearle al gobierno de la provincia de Buenos Aires una crítica en dos niveles por esta campaña: por un lado, trata el problema de la seguridad desde la única perspectiva de la “protección”, es decir, el miedo de ciudadanos que, asustados, legitiman la institución más peligrosa del viejo Estado moderno, la policía: cada vez que la policía mata, desaparece, tortura, abusa de su autoridad en un territorio, se habla de “excesos”, pero es en realidad la policía misma un exceso respecto de la posibilidad de una vida democrática. Por otra parte, apela a la figura de los “derechos” sin ofrecer la más mínima resistencia a una tendencia histórica que asocia de manera inescindible derecho y consumo, donde el Estado se parece a un prestador de seguridad que compite con la seguridad privada. Esto último no corresponde adjudicárselo al gobierno de la provincia como un rasgo específico suyo, sino a una tendencia epocal que, en todo caso, el gobierno que dice formar parte de una corriente crítica, alimenta de manera acrítica. ¿Lo hace bajo la amenaza que el propio gobernador sufrió en pandemia cuando efectivos policiales en sus patrulleros rodearon la gobernación? ¿Lo hace por estrategia electoral? ¿Se trata de un convencimiento del cual Sergio Berni es referente político? 

Más allá de no saber, no querer o no poder, la realidad –que no es claramente la única verdad– se parece demasiado a la percepción inmediata que opera como prejuicio o como elemento reactivo cuando la única variable es el miedo y la única respuesta es la protección policial, con toda la imaginería propagandística de patrulleros relucientes, prisiones más grandes e hileras de uniformados erguidos y solemnes. Y más allá de los saberes necesarios, los deseos reales o imaginarios y la impotencia concreta, la lectura política manda. El destino del realismo político no es otro que convertirse en aquello que se dice combatir. La espiral del mal menor conduce a un barril sin fondo… siempre hay un mal mayor para ordenarse en función de su rechazo. Cuando el mal menor funciona como único y totalizante criterio y no como razonamiento situado o táctica de ocasión, elimina la creatividad y la audacia, obtura la imaginación política.

En un texto reciente publicado en Coyunturas, el título “¿Qué es esto?”, muy lejos del sesgo gorila del gran ensayista que así tituló su libro sobre el peronismo con el golpe de “la fusiladora” aun fresco, nos preguntábamos qué es el peronismo cuando no es mayoría (https://coyunturas.com.ar/que-es-esto-el-peronismo-cuando-no-es-mayoria/). Es decir, cuando actúa como dispositivo de gestión de lo público lejos de los problemas de las mayorías y de los actores organizados del campo popular. El peronismo vuelto un dispositivo electoral cada vez más vacío de política organizó incluso una “mesa” que excluyó a los sectores no peronistas, un encuentro de jefes territoriales y figuras más preocupadas en la conservación de sus quintas y quioscos, de sus cajas y sillas que en la zozobra que atraviesan las mayorías. Se habló de “proscripción” de la principal conductora política del espacio de gobierno y se discutió sobre las PASO, es decir, cuestiones electorales. Hay quienes sostienen que, como en 2015 y en 2019, el dedo de Cristina debe oficiar como una suerte de dedo pulgar del César. En 2015 fue derrota y en 2019 victoria pírrica, mientras que la última vez que la propia Cristina se presentó como candidata fue derrota en la provincia de Buenos Aires (2017). Nuevamente, un proceso electoral preanuncia el tipo de gobierno que puede esperarse…

La semana que pasó entretuvo a una cada vez más escasa audiencia con una nueva telenovela ligada al cumpleaños de la vicepresidenta. Aparte del legítimo afecto de personas cualesquiera, de pueblo, digamos, aparte del beneplácito de sectores que se sintieron favorecidos en otros tiempos como producto de procesos políticos que tuvieron en Cristina una referente excluyente, hubo saludos públicos engolados y ausencias que generaron suspicacias; circularon videos de épica fácil y textos inflamados de cursilería, discursos desbordados de victimismo y una sorprendente mezcla de negación y disociación respecto de la situación lastimosa que vivimos como país. Un país gobernado por el peronismo a fuerza de ajuste, endeudamiento, represión policial y nuevos derechos de mercado como el “derecho a la protección”.  


[1] Roberto Feletti, mientras ocupaba el cargo de viceministro de Economía del segundo gobierno de Cristina Fernández, dijo en una entrevista televisiva que ya no se podía hablar de Estado de Bienestar como antes, sino que ahora se trataba de una suerte de “Estado de Bienestar de los planes sociales”. 

*El autor es ensayista, docente e investigador de la UNPAZ y la UNA, codirector de Red Editorial, autor de Nuevas instituciones (del común), coautor de El anarca (filosofía y política en Max Stirner), compilador y autor de Linchamientos. La policía que llevamos dentro y de Renta básica. Nuevos posibles del común).