Pablo «Vitamina» Sánchez: «Palestino es una especie de selección que trasciende las fronteras»

El exjugador de Central y actual DT del club chileno que representa a la nación palestina –y que este jueves se presentará en la Libertadores– también habla de los enganches, de las sociedades anónimas deportivas que cooptaron el fútbol en Chile, de la política y del narcotráfico en su Rosario natal.

Pablo «Vitamina» Sánchez: «Palestino es una especie de selección que trasciende las fronteras»

Pablo “Vitamina” Sánchez pide un minuto para buscar el libro. “Lo bueno -dice- es que está escrito por un judío. Hay muchos que están de acuerdo con la causa palestina”. El libro que lee el entrenador del Club Deportivo Palestino de Chile -el jueves debutará en Santiago ante Bolívar por el grupo E de la Copa Libertadores 2024, que integra junto a Flamengo y a Millonarios- es La limpieza étnica de Palestina (2006), de Ilan Pappé. Vitamina -51 años, rosarino, campeón como jugador de Central de la Conmebol 1995- dirige a su sexto club en Chile, pero no a uno más.

Cuando debutó en Primera en 1992 pesaba 59 kilos. El médico de Central le recetó un complejo vitamínico: Redoxon y Farma For. “Sánchez, a tomar la vitamina”, lo llamaba. Bastó que un compañero escuchase para apodarlo de por vida. Ahora, habla de lo que se perdió sin el fútbol en la calle, de los mediocampistas cerebrales, de Palestina y el genocidio de Israel, de las sociedades anónimas deportivas que cooptaron Chile, de la política y el narcotráfico en Rosario, y de César Luis Menotti, Carlos Tevez y Central.

-¿Qué descubriste de chico cuando veías fútbol con tu papá?

-Mi viejo, hasta hoy, me habla de los jugadores de Palestino. Debatimos. Un jugador juega mal y pasa a ser malo; y el mismo juega bien y pasa a ser bueno, de una semana a la otra. Mi papá me llevaba al Gigante. El jugador, para mí, era zurdo o derecho. Y el Lalo Bacas la llevaba con las dos y utilizaba el brazo opuesto para mantener alejado al adversario. De chico entendía que jugaba bien el que gambeteaba. Con el Checho Batista me di cuenta de que no. No era un espejo que rebotaba todo. El que no gambetea identifica que no tiene esa virtud y lo resuelve. El que tiene la gambeta, un recurso válido y muy lindo, gambetea. Si pudiera elegir, elegiría ser Maradona y no Batista, pero no quita que Batista haya sido un extraordinario futbolista. Me encantaba JJ López, en el contexto de aquel fútbol en el que el 5 era el que más corría y quitaba comparándolo con el 8 y el 10. El 10 supuestamente jugaba mejor que el 8 y el 5 pero corría menos. Y el 8 era una mezcla del 5 y del 10. Y JJ, por su recorrido, era el ideal, el mediocampista más completo.

-Entre 2002 y 2003, el Central de Miguel Russo jugó con tres N° 10. ¿Cómo cambió el rol del enganche clásico?

-Primero fue (Daniel) Quinteros de 5, y Messera, Gustavo (Barros Schelotto) y yo. Después, Herrón de 5 y se sumó el Equi González y alternábamos entre los cuatro. Lo que nos pedía Miguel era mucha libertad en ataque pero también mucho compromiso en defensa, pero en lo posicional, no que nos tiráramos de cabeza, sino que recuperáramos lugares y posiciones que nos permitieran estar ordenados. Hoy se lo pido a mis jugadores. Si recuperamos posiciones y estamos ordenados, probablemente las pelotas que recuperemos sean más por errores o impaciencia del rival que por virtudes nuestras al quitar. El 10 mutó a un jugador más completo. Antes, el 10 era el que mejor jugaba y, por derecho propio, no corría. Ese derecho es el que desapareció. El jugador con categoría, con pase filtrado, de gol, con un ojo distinto, sigue estando, pero se le pide ser más completo.

-¿Por qué “mucho más que jugadores veloces o con técnica hoy se necesitan cerebros”?

El cerebro es aquel jugador que lleva a su equipo a jugar a su ritmo. Son muy pocos. En el contexto general no se tiene el lujo de tenerlos. Zidane, Gallardo, Verón, hoy Enzo Fernández, Lo Celso; son esos que si el equipo va ganando y se necesita ir lento, para abrir un poco la cancha le dan un pase al pie al lateral en lugar de dársela cuatro metros adelante, para que no avance, para que no tenga que poner al equipo en disposición de ataque. O hasta se la puedo dar un metro atrás para que la gente crea que di un mal pase y en realidad estoy dando un pase maravilloso porque estoy haciendo que el equipo juegue a mi ritmo. Y si quiero acelerar, le doy un pase diez metros adelante. Los cerebros tienen la virtud de saber la velocidad de sus compañeros, la del rival, la de darle la velocidad exacta a la pelota, con el efecto justo. Y juegan simple, no son gambeteadores; tienen mucha paciencia, construyen el juego para que se juegue a su ritmo, y hasta a veces se la dan a un jugador que saben que es probable que se la devuelva para no ir para adelante. A veces ir para atrás es para generar un espacio adelante. Si no abunda la inteligencia, los partidos se hacen muy vertiginosos.

Foto: Club Deportivo Palestino / Facebook

-“Lo más difícil en el fútbol -dijiste también- es enseñarle al jugador a desmarcarse para un pase que no le va a llegar”.

-Ahí, además de ser inteligente, tenés que tener la capacidad de lograr satisfacción. Hay jugadores a los que les decís: “Haceme este movimiento porque vas a liberar un espacio para que lo ocupe o haga un gol un compañero”. Y no sé si están muy dispuestos, porque nadie lo va a notar más allá del compañero o el entrenador. Hoy se juega mucho para la tribuna, la gente y la televisión. Como hay gambeteadores y cerebros, hay jugadores que tienen la enorme capacidad de hacer desmarques para un compañero y no para él. No soy un formador, no me siento preparado para serlo; solo puedo pulir algo en un futbolista. Se entiende que cuando un jugador llega a Primera está hecho con tales características. Bielsa dice que, cuando los chicos juegan y se divierten, sin darse cuenta se están entrenando. A ese entrenamiento me refiero.

En las infantiles del Ajax, ante cierta pérdida del fútbol más silvestre, salvaje y callejero, se comenzó a inducirlo.

-Cuando jugaba a la pelota en la calle, dos contra dos, usaba el cordón de la vereda para hacer una pared. Hoy no le puedo decir a un chico: “Andá y hacé una pared con un cordón para eludir a tu rival”. Cuando jugaba me las ingeniaba, le tenía que dar a la pelota cierta potencia y ángulo y conocer mi velocidad para poder recoger la pelota a la espalda del jugador al que le hacía el engaño. Muchos futbolistas profesionales ni saben cómo aprendieron. Les preguntás: “¿Por qué jugás bien?”. No saben, son tocados con una varita, tienen esa inteligencia. En algún momento se metió la neurociencia a estudiar cómo evoluciona el aprendizaje de un futbolista y es como nosotros aprendimos. En mi casa armaba un equipo rival con libros de la biblioteca de mi mamá. Los paraba, no para leerlo, sino para esquivarlos. El piso era de parquet y jugaba en medias para deslizarme mejor. La pelota era una media con papel adentro, el arco una silla, y la red, una almohada. Son tonteras que me dieron cosas, de las aprendí mucho, pero en ese momento lo único que quería era emular a un futbolista, divertirme. Hacía torneos en el que jugaban Central, River, Newell’s y Boca; yo era todos los equipos, y hacía trampa: la final siempre se la ganaba Central a Newell’s.

-¿Qué misión cumple Palestino?

-Palestino es un club muy querido por el que no es de Palestino. Por su conformación, porque lleva los colores de la bandera de Palestina; es una especie de selección representativa a nivel mundial. Los que formaron el club fueron palestinos que llegaron exiliados sobre el final de la Primera Guerra Mundial y del Imperio otomano. Y después con los exiliados del 48, cuando se crea el Estado de Israel. Cristianos y musulmanes. La colonia más grande de palestinos en el mundo está en Chile. Te transmiten la realidad de una historia no tan conocida. Leía mucho porque no podía entenderla, y ahora la fui desgranando con ellos. “¿Por qué no aceptaron la partición del 47?”, les preguntaba. “Nosotros estuvimos desde siempre ahí: es como que se te metan en tu casa y te digan que ocupan el segundo piso y parte del primero y vos el resto. No podíamos aceptarlo”.

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