¡Vamos a la huelga social!

¿Quién dijo que marchamos detrás de la CGT? ¿Acaso creen que desconocemos de qué tipo de burócratas se trata? Son esos mismos que las corporaciones y sus políticos de turno buscan cada vez que necesitan “arreglar”. Ellos tienen precio, nosotras y nosotros no. Que marchamos con quienes no atisbaron a parar durante el gobierno anterior. […]

¡Vamos a la huelga social!

¿Quién dijo que marchamos detrás de la CGT? ¿Acaso creen que desconocemos de qué tipo de burócratas se trata? Son esos mismos que las corporaciones y sus políticos de turno buscan cada vez que necesitan “arreglar”. Ellos tienen precio, nosotras y nosotros no. Que marchamos con quienes no atisbaron a parar durante el gobierno anterior. Lo sabemos. Que el gobierno anterior prolongó el desastre que dejaron Macri, Caputo, Sturzenegger, Dujovne, Prat Gay, Bullrich y los demás… está más que claro. Que la última versión del peronismo se consumió en la suma cero del poder… Que no quiso, no pudo, no le salió, pero da igual… Que quienes nos daban lecciones de pragmatismo fueron nuestra opción menos práctica… Que nos entregaron a la versión más disparatada de nuestros enemigos… Sí, sí, lo sabemos. ¿Por qué marchamos, entonces?

Ésta es una huelga social. No es un sector, ni una facción, ni un conglomerado de sindicatos y partidos, ni los productores, ni los y las vecinas, ni los independientes de siempre. Es una huelga social, abierta a todo el mundo. Nadie obligado, todas y todos invitados. ¿Pero qué es lo que pedimos? No un reclamo salarial, ni sectorial, ni un subsidio ni un impuesto más o un arancel menos. O todo eso, pero no solo. Invitamos desde nuestro deseo de vivir mejor. Por eso, en realidad, no pedimos nada en particular. ¿Frenar una ley oprobiosa y un DNU anticonstitucional? Por supuesto. Como punto de partida, como piso mínimo. Pedimos que no nos ataquen más aun, que no destruyan aún más nuestras condiciones de vida y, para colmo, pretendan restringir nuestras libertades y reprimirnos con fuerzas de seguridad a cargo de una gorila con navaja.

Pero es más que eso. No podemos seguir viviendo así, deseamos vivir mejor. ¿Qué significa mejor? Algo sabemos y algo no sabemos. Sabemos qué nos lastima, quiénes vuelven para quedarse con todo, qué historia se repite y cuál puede ser el desenlace trágico. Pero nos reservamos lo que no sabemos como una zona de exploración, como un deseo irrenunciable de vivir mejor, de encontrarnos en la calle, en los lugares de trabajo, en las plazas, en los rincones que sean… para pensar, deliberar, imaginar. Llamemos democracia a esa esa posibilidad. Pero esta vez tiene que ser participativa, no basta con indignarse, hay que tomar parte. ¡Hay cosas que no se piden, se toman! Lo gritamos cuando los “compañeros” reprimieron en Guernica. Ahora lo gritamos por todas y todos quienes necesitan tierras para vivir y comida buena y accesible. Pero queremos más. Que nadie subestime nuestro deseo.

Es una huelga social que funciona también como respuesta a una moral de pacotilla. Escuchamos a la casta que hoy gobierna, entre corporaciones canallas y políticos embusteros, culpar a un pueblo porque supuestamente “creyó que podía vivir por encima de sus posibilidades”. No podrían ser más soberbios… ¿Quién decide esas “posibilidades”? La respuesta es indelegable, hay que dirimirlo en las calles, en los lugares de trabajo, en los espacios educativos, en las instituciones de salud, en las ferias, en las plazas y en cada esquina. Escuchamos a pobres diablos aceptar que “pagábamos muy barata” la energía, el combustible, la salud… Hay quienes crédulos se repiten que “hay que sufrir ahora para estar mejor después”. ¿Pero no hace demasiado tiempo que sufrimos? ¿No nos repitieron una y mil veces esa cantinela? Y ahí vemos a los autores: terratenientes, patronales de todas las calañas, dirigentes que viven un rato a cada lado del mostrador, periodistas operadores de empresas mediáticas (es decir, de patronales y terratenientes), funcionarios del FMI… ¿Vamos a dejar que nos aleccionen los principales beneficiarios de esa moralina pedestre, de ese insulto a la inteligencia que se viste de discurso serio, de llamado a la “responsabilidad”?

El deseo de vivir mejor es también el rechazo absoluto de la servidumbre voluntaria. ¿Cómo es que tan sueltos de cuerpo nos viven diciendo que trabajamos poco, que vivimos del Estado, que nos la llevamos “de arriba”, que nos ajustemos a la meritocracia de la cual ellos mismos serían el parámetro? Esta huelga es un rechazo visceral a semejante insulto. Porque, finalmente, ¿qué es un insulto sino la ubicación del insultado en un lugar, una representación o un rol que le resulta totalmente ajeno y agresivo? No somos eso que dicen que somos. La realidad es más bien contraria a los prejuicios, los estigmas y los insultos que no dejan de lanzarnos. Trabajamos más de lo que deberíamos, cobramos menos de lo que nos merecemos, viajamos peor de lo que desearíamos y encima nos quieren aguar cada resquicio de fiesta que logramos darnos. No hay ningún “esfuerzo” extra que nos corresponda, es simplemente inaceptable que pretendan recortarnos lo que ya era poco, es obsceno que mientras nos insultan se repartan lo que, como mínimo, deberíamos discutir.

¿No es el petróleo que yace bajo nuestro suelo nuestra propiedad? ¿No son el agua dulce, los vientos, el clima, los minerales, los mares, nuestra propiedad? ¿No es acaso nuestra la fuerza, como lo son la inteligencia, la gracia, la empatía o la lengua misma lo que hace funcionar las cosas? Quienes hoy gobiernan no defienden la propiedad, más bien provocan el despojo de lo que nos corresponde. Lo que defienden son sus privilegios, que visten con el nombre genérico de “propiedad privada”. Y para colmo de calamidades, llaman “privilegios” a las migajas de los bienes comunes que nos corresponden. La huelga social debe ser un punto de partida. Lo que sigue es un estado de deliberación permanente, una conversación pública reproducida en toda parcela de nuestro país donde dos o más personas se reúnan con ese deseo (mal que les pese… saben que sus protocolos de seguridad deberán guardárselos en las entrañas podridas de donde vinieron). ¡Basta de esta mierda!

Hay que decir también… el presidente es un pobre tipo, su baja formación disfrazada con retazos de lecturas de autores insignificantes, su adolescencia tardía, su círculo caricaturesco… es prueba de lo devaluado que está el rol de presidente. Finalmente, los gobiernos pueden cada vez menos. Digamos que, si tuvieran alguna intención de comulgar con intereses populares o la ya desgastada imagen del “bien común”, no contarían por sí mismos con grandes chances. Pero también es cierto, que, así como no pueden gran cosa a la hora de provocar mejoras en las condiciones de vida de las mayorías, sí tienen capacidad de daño y vemos que en muy poco tiempo. Porque para el daño contra la trama social a la que detestan cuentan con el poder fáctico del capital. ¿Cuál es hoy la lógica del capital? La mayor ganancia o renta, en el menor plazo, con la menor regulación posible, con información privilegiada y todas las facilidades… y si no es dentro de la ley “fuera de la ley también vamos a hacer y lo vamos a hacer violentamente” (como se le oyó alguna vez al General en su versión más anticomunista). No podemos entregarles también la institucionalidad, no más, básicamente porque no cuentan con legitimidad.  

Usemos a la CGT, a los hipócritas que se callaron durante los últimos cuatro años, a los que se arrepintieron a medio camino. ¡Qué importa! La prioridad es nuestra huelga social, hay que parar el país, hay que parar la vida tal como pretenden vendérnosla. Es insoportable que una criminal de Estado a cargo del ministerio de seguridad por segunda vez (responsable de una desaparición y algunos asesinatos por parte de las fuerzas de seguridad bajo su mando) pretenda aleccionarnos, es intolerable que empresarios que nunca cumplieron con el principio básico liberal de asumir riesgos nos hablen de “cultura del trabajo”, son repugnantes las fórmulas mal construidas que esputan medios de comunicación y redes sociales celebrando el vacío mismo. Son racistas, clasistas, fascistas, supremacistas… Ninguna libertad, ¡carajo!

La huelga social tenemos que hacerla porque amamos la vida, porque queremos vivir mejor, porque algo sabemos y algo no sabemos, pero no queremos delegar ni lo uno ni lo otro, porque nos toca apropiarnos de lo que ya era nuestro, de lo que descuidamos y de lo que nos expropiaron. Con nuestra propiedad, pero no solo, con el Estado, pero no solo, con los sindicatos, pero no solo, por nuestro poder adquisitivo, jubilaciones, programas sociales, salud, educación… pero no solo.

La huelga social no es un petitorio al gobierno. La huelga social no es un llamado a los dirigentes que nos trajeron hasta acá. ¡Cómo podría serlo! La huelga social es para nosotras y nosotros. Paramos para encontrarnos, paramos para pensar, paramos para cambiar de dirección, para disponernos de otra manera, para juntar fuerzas, para recomponernos anímicamente. ¡Por qué no invitar con afecto también a los cercanos que piensan diferente! Paramos para mirar al costado por si alguien necesita una mano… Tenemos que sostenernos entre nosotras y nosotros. Paramos por nuestra libertad, sí, una libertad que sólo es tal si se asume como un problema común. El que se quiere salvar solo, el que rezonga por los dólares, quienes aceptan sumisos la libertad de monopolios y corporaciones, confunden libertad con individualismo, con oportunismo o con privilegio. No es una cuestión de gustos ni de corrientes de pensamiento, nos hacen daño, nos atacan, hieren la única libertad posible, común y múltiple a la vez.

La huelga social nos permite organizarnos e imaginarnos de otro modo. Ley de tierras, ley de alimentos, ley de vivienda, leyes medioambientales, leyes laborales no patronales, incluso una renta básica universal e incondicionada… no son cosas para delegar. Apostemos a construir la cogestión de lo público, hagámonos cargo, con las herramientas con las que contamos y las que logremos inventar, con los actores posibles y los nuevos emergentes, con la organización existente y todo lo que la desborde, con las instituciones que nos tocará recuperar y las nuevas instituciones que completen la trama. Red inestable, pero deseante, democracia de tradición y participación popular para una democratización que aún desconocemos. ¡Vamos a la huelga social, nuestra huelga, por nuestra vida!      

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El autor es ensayista, docente e investigador (UNPAZ, UNA), codirector de Red Editorial, con Rubén Mira, miembro del IEF CTA A y del IPyPP, integrante del Grupo de Estudio de Problemas Sociales y Filosóficos IIGG-UBA. Autor de Nuevas instituciones (del común), coautor de La inteligencia artificial no piensa (el cerebro tampoco), con Miguel Benasayag, Del contrapoder a la complejidad, con Raúl Zibechi y Miguel Benasayag, El anarca (filosofía y política en Max Stirner), con Adrián Cangi; entre otros.