La relación médico-paciente en una institución pública nacional

En una época en que las instituciones de cualquier tipo están seriamente cuestionadas (Naciones Unidas hace autocrítica de su Consejo de Seguridad esclerótico y no logra la paz en los conflictos contemporáneos; la Comunidad Europea ha perdido el rumbo; el Mercosur se ha estancado; la educación pública argentina, la misma que ha dado varios premios […]

La relación médico-paciente en una institución pública nacional

En una época en que las instituciones de cualquier tipo están seriamente cuestionadas (Naciones Unidas hace autocrítica de su Consejo de Seguridad esclerótico y no logra la paz en los conflictos contemporáneos; la Comunidad Europea ha perdido el rumbo; el Mercosur se ha estancado; la educación pública argentina, la misma que ha dado varios premios Nobel, está amenazada por un sistema de “vouchers”; los clubes argentinos de futbol por ser transformados en sociedades anónimas), y los criterios básicos de verdad y falsedad son vapuleados, la Academia Nacional de Medicina ha sobrepasado dos siglos de existencia virtuosa y presencia activa en la sociedad argentina.

Hace un año, luego de realizado un análisis de sangre cuyo informe hacía la recomendación de consultar con un hematólogo por “pronóstico presuntivo” de linfoma no-Hodgkin, se encendió una intensa lucecita dentro mío con la palabra Academia, por el recuerdo de un amigo muy querido que décadas atrás recurrió a ella debido a un linfoma y quedó inmensamente agradecido por el tratamiento recibido .

La lucecita se encendió al inicio de un fin de semana en que en la página web de la Academia Nacional de Medicina, encontré la solapa del Instituto de Hematología de la Academia (IIHema) y una dirección de correo electrónico. Mandé el correspondiente mensaje y a las 8 de la mañana del lunes ya tenía la respuesta: de acuerdo a la información enviada estaba yo bien direccionado y podía concurrir a la consulta en Oncohematología cualquier día de la semana.

A la mañana siguiente fui al servicio del IIHema, donde sin esperar más de una hora me atendieron, tuve una larga y exhaustiva consulta, me revisaron minuciosamente (médicos que no esquivan tocar el cuerpo de los pacientes) llenaron una ficha con mis antecedentes y de ahí en más seguí atendiéndome. Al inicio sin tratamiento, ya que de acuerdo con los estudios no se justificaba más que controles periódicos de laboratorio y clínicos. Nada de someter al paciente a disciplinamiento inapropiado e innecesario. Pasado unos meses, luego de observar el crecimiento anormal del bazo, por indicación del equipo médico inicié tratamiento con quimioterapia.

Toda la atención recibida -desde el mensaje inicial hasta el final del tratamiento- fue más que sobresaliente. Habría que consensuar en algún momento un término especial para indicar la sinergia humano-profesional que requiere necesariamente la mancomunión entre personas-  ¡Siempre presente en el servicio de Oncohematología!  aunada a la capacidad que la empatía paciente-profesional tiene para asegurar la continuidad y contribuir a la eficacia del tratamiento del cáncer.

En este año de conocer, concurrir y atenderme en la institución he llegado a apreciarla muy especialmente. Ha sido para mí una verdadera dicha y no únicamente por la cura lograda. Por ello ahora me interesa difundir las actividades que realiza la Academia -especialmente las vinculadas con la atención de pacientes- de manera que la institución llegue a estar más relacionada con la sociedad en general, recibiendo el reconocimiento que entiendo merece.

Durante los meses de tratamiento de vez en cuando solía ir al café interno de la Academia,  mayoritariamente frecuentado por pacientes del IIHema, donde aguardábamos turno. Conversé con varios de ellos, como una simpatiquísima mujer en sus ochentitantos años que estaba disfrutando un momento de felicidad después de un largo, riguroso y exitoso tratamiento con un trasplante de médula.

Después de semejantes experiencias, para esas personas nada será como antes. La vida te espera, te esperó, a la salida del momento más difícil de una enfermedad que tal vez no es tan trágica como el aura que la rodea y la precede. Se trata y se cura, pero evidentemente el proceso tiene sus bemoles en lo físico y en lo emocional tanto como cuando sentís ese hálito frío de la parca deslizándose en la cercanía. Pero el espanto se vuelve bello en el relato una vez que hay curación.

Nada de todo esto sería así si no fuera por el acompañamiento humano (de carne, hueso y corazón) de directivos médicos, médicos, técnicos y administrativos como los del IIHema. Al respecto, cabe señalar que esa institución tiene un sistema de funcionamiento hacia la comunidad análogo al de los hospitales-escuela, donde los profesionales (estables) más experimentados trabajan codo-a-codo con médicos residentes (jóvenes, de escasa experiencia profesional, hasta recientes graduados) atendiendo a pacientes y luego llevando casos de esa práctica para su análisis en ateneos profesionales, donde los discuten para aprender de manera conjunta para que los noveles profesionales se vayan fogueando en el oficio mientras se nutren más allá de la mera teoría.

En esta época en que todo lo tecnológico aparece tan sobredimensionado y valorado por las fuerzas dominantes del “mercado” -en la Medicina se ha sustituido en gran medida el contacto físico entre paciente y médico por aparatología que puede ser muy eficaz, pero nunca reemplazará completamente al médico en persona- en enfermedades como el cáncer, el contacto personal y físico del cuerpo médico con el paciente contribuye a generar la necesaria empatía y contención que ayudan a inclinar la balanza a favor de la curación. Esto es lo que he vivido en el IIHema de la Academia de Medicina y ahora siento necesidad de difundirlo para que pueda ser tenido en cuenta y aprovechado por la sociedad.